Hace cinco años aproximadamente quise dejar por escrito la vivencia de mi primer parto, del nacimiento de Lucía. Lo acabo de leer y me ha emocionado un montón. Creo que a las mamás nos encanta recordar nuestros partos y contarlos, nos convertimos un poco en "abuelas cebolletas". O al menos a mí me gusta hablar de ellos. No es que interrumpa de pronto una conversación sobre política nacional con "por cierto, mi parto fue estupendo, bla bla bla"; pero si sale el tema, preparaos, jeje.
Lucía me aporta nuevos datos sobre su nacimiento que yo desconocía. Resulta que ella estaba tranquila y escuchando lo que pasaba fuera (se acuerda de promesas que supuestamente yo hice) y tenía los ojos cerrados. Pero, cuando tuvo que pasar por mi toto, ya abrió los ojos. Por cierto, eso de que nació por mi toto no lo lleva muy bien, le parece asquerosillo, porque por allí sale el pipí.
En fin, os dejo lo que escribí entonces. Es un poco largo, aviso, porque quise dejar constancia de cada detalle.
Miércoles 2 de
febrero de 2011
Después
de un día duro el martes (monitores y curso de preparación al parto
en la Quirón), me desperté a las nueve y veinte, más que nada
porque pensaba desayunar con Montse a la hora del recreo. Al ir al
baño, ¡¡sorpresa!!, estaba un poco mojada. Un poco, pero
significativo, es decir, ¿habría roto aguas? Necesitaba preguntar y
buscar respuestas. Llamé primero a mi madre, por supuesto, pero
estaba en clase, claro, no me cogía el móvil. Llamé luego a
Antonio. Antonio, como siempre muy tranquilo, opinó que eso no
debía romper aguas, que romper aguas era con más cantidad y más de
golpe... No contenta con su opinión “médica”, intenté hablar
con mi ginecóloga, pero no pasaba consulta. Miré entonces en
internet y, efectivamente, sí que podía haber roto aguas. ¡¡Ay,
ay, ay, qué nervios!! Ya mi último recurso fue llamar al teléfono
de atención médica de DKV. El doctor que me atendió no lo dudó un
momento, debía ir a urgencias y así confirmar la rotura si se había
producido. Antonio, que no se había quedado tan tranquilo como
parecía, me llamó y convenimos en que llamaría a mi padre, él
estaba en Yunquera y su coche en Coín, así que tardaría más. Lo
que yo no sabía es que mi padre estaba en Málaga, comprando en el
polígono. El pobre vino lo más rápido que pudo y luego me llevó
muy nervioso a la Quirón. Quiso hacer unos cuantos adelantamientos
temerarios, pero yo no lo dejé.
No
tuvimos que esperar mucho en urgencias y un matrón me puso los
monitores y me hizo unas cuantas preguntas. La niña seguía bien,
así que ahora una ginecóloga me miraría a mí. Y la doctora, ¡¡lo
confirmó!! Había roto aguas, así que me ingresarían y esperarían
24 horas para ver si me ponía yo solita de parto y, si no, me lo
provocarían. ¡¡¡¡Ahhhh, llegó la hora!!!! Llamamos a Antonio
que salió para Coín a recoger su coche. Le pedí mi pelota de
pilates, aunque mi padre se reía, pero es que así me ayudaría a
una posible dilatación. Solo estaba dilatada de uno. Llamamos mil
veces a mamá, pero no lo cogía. Salí a tomar un poco el aire y a
andar (lo que me recomendó la ginecóloga para provocar el parto) y
de casualidad Esther me llamó, así que fue la primera en enterarse,
sin necesidad de que la avisara. Luego, les mandé un mensaje a Yoli
y a Maricarmen y ya suponía que correrían la voz.
Pasó
un ratito y me llevaron a la habitación, ¡¡vaya habitación!! Ni
un hotel de cinco estrellas. Unos ventanales y una vista preciosa,
etc., etc. Estaba nerviosa y quería comenzar ya a andar, así que no
paraba de dar vueltas por la habitación, mientras mi padre contrató
la tele y se puso a ver los Simpson. Ya por fin empezaron a llegar:
Antonio, mamá. Me llamó Maricarmen, que me recomendó andar en
cuclillas, pero me costaba demasiado. Inflamos la pelota y papá y
Antonio me trajeron algo de comer, ¡¡no se me fue el apetito!! Me
llamó mi hermano Paco, que me dijo que me esperaba más asustada.
Intenté dormir un poco, pero no podía, así que comencé a pasear
por los pasillos del hospital, con mi madre, ¡¡cuántos kilómetros
haría!! Fue pasando la tarde y yo repartía mi tiempo caminando y
girando sobre la pelota de pilates. A partir de las nueve, y cada
cuatro horas, me fueron poniendo un goteo de antibióticos. Con
anterioridad, me cogieron una vía, que ya no me abandonaría en un
tiempo. Llegaron Esther y Pedro con bombones y también caminé y
bajé y subí escaleras con ellos. También me visitaron tita Manme y
tito Antonio. Al llegar la noche, Antonio se durmió como un tronco,
estaba encantado con el sofá de la habitación, ninguno de los días
lo abrió para convertirlo en cama. Yo no pasé una noche tan
apacible. Me estuvieron dando lo que yo creía que eran
contracciones, (jeje, ilusa). Bueno, serían lo que mi madre llamaba
“calambres”, como dolores de regla, pero más intensos. Estuve
cronometando el tiempo y, me alegré por un instante, porque me
estaban dando cada diez minutos, pero fue un espejismo. Pronto fueron
espaciándose y calmándose. Así que sobre las cuatro de la mañana
me puse a andar un rato. El hospital totalmente en calma. Supongo que
luego me dormí.
Jueves
3 de febrero de 2011
¡¡Y
llegó el gran día!! Y hoy sí o sí nacería Lucía y ya no podía
evitar que me indujeran el parto. Ahora mi reto personal (como si de
mí dependiera, jeje) era evitar una cesárea. Tanta natación, los
ejercicios del yoga, la pelota de pilates, ¡¡¡tenían que servir
para algo!!! Antonio se levantó diciendo que había dormido super
bien, ¡¡qué cara!! Cada vez más nerviosa, únicamente me tomé un
zumo y un par de galletas. Se suponía que sobre las nueve o nueve y
media ya comenzarían a realizarme la inducción. Pero este día,
luego me enteraría bien, todo iba a retrasarse, porque estaban
saturados. Solo disponían de una matrona o matrón de guardia y un
ginecólogo y estaban ocupados atendiendo partos. Mis padres llegaron
pronto.
A
las once y media, aproximadamente, llegó una ginecóloga. Me explicó
que me pondría en la vagina una píldora de progesterona, para
iniciar el parto. Pudiera ser que arrancara o pudiera que no. Tenía
que estar tumbada una hora y luego podía comenzar a moverme. Pasé
la hora sin novedades y a continuación me fui, de nuevo, a pasear
con mi madre por el hospital. Mi padre, mi hermano y Antonio habrían
salido, en general han aguantado poco tiempo en la habitación. Y
entonces comenzó: poco a poco los dolores eran más fuertes y dejé
de poder mantener la conversación con normalidad y supongo que me
fue cambiando la cara. Mi madre cronometraba la frecuencia con que me
daban y a veces me decía “esta no sería una contracción, sería
un calambre” y me daba algo, ¡¡¡sólo un calambre!!! Volvimos a
la habitación y me subí en la pelota y seguía subiendo la
intensidad del dolor. Llegaron Paco, Leila, la niña. Mis padres me
abanicaban cuando llegaba una contracción y en esto Inmita se sentó
a mi lado (ahora me había puesto en el sofá que diera el sol) y me
dijo “a ver, tita” y empezó a abanicarme, qué linda. Pasaba el
tiempo y no aparecía ni una matrona ni un ginecólog@. Llegó, eso
sí, una auxiliar a ponerme los monitores y ese rato sí que resultó
insoportable: ¡¡¡¡qué dolores!!!! Le decía a mi madre que no
podía, y mi frase mítica: “¡¡¡yo no sirvo para esto!!!”
Cuando me quitaron los monitores, se me ocurrió seguir el consejo de
Victoria, la matrona del centro de salud de Alhaurín y me metí en
la ducha, dándome con agua muy muy caliente cuando llegaba la oleada
de dolor. Le debo la vida a la matrona y a la ducha, a la cual le di
un beso esa noche ;). Es lo mejor que se me pudo ocurrir. Creo que
estuve una hora en la ducha y salí porque llegó el ginecólogo. Me
exploró y me dijo, “¿te pondrás la epidural?” A lo cual le
respondí que por supuesto que sí. ¡¡¡Sólo estaba de 3 cm.!!!
Madre mía, con lo que me dolía. Mandó buscar a un celador para que
me llevara abajo y nos comentó que el parto estaba ya en marcha. A
mi madre le dijo que la tendría por la noche, que dilataría un
centímetro por hora. Cuando se fue, me volví a meter en la ducha.
Entonces, aunque yo no podía ni saludarles, en la habitación
estaban mi primo Juani, mi primo Francisco, Mi tío Fran y mi tía
Vivi, más los que estaban antes. Mi tío Fran me comentó,
bromeando,claro: “yo creía que tú sabías lo que era esto” y
luego se fue. Llegó el celador, con lo cual me tuve que separar de
mi querida ducha y me agarré a la barra de la camilla y a la mano de
Antonio, pero la barra no tenía el mismo efecto calmante que el
agua. La mano me reconfortaba. El celador me decía que gritara si
quería y entabló conversación con Antonio sobre lo que sufrimos
las mujeres.
Al
llegar a la zona del paritorio, Antonio se tuvo que vestir de doctor
House (según él). Me ayudaba notarle tranquilo, que pudiera incluso
bromear. A continuación, me tumbaron en la cama paritoria, muy muy
incómoda, y la matrona se me presentó. Era una chica joven y dulce,
que se disculpó por no haber subido a verme. Me contó que desde que
llegó habían entrado una mujer detrás de otra a parir, con lo cual
no me pudo atender a mí. Yo estaba a lo mío, le pedía que me
pusiera algo para el dolor ya, que no lo soportaba. Entonces, llamó
al anestesista, pero antes me dijo que había que esperar a que se
agotara un goteo (de oxitocina) que me acababa de poner, junto a
monitores. Yo me quería morir. Entró otra enfermera, al parecer la
encargada de preparar los quirófanos y paritorios. Qué carita no
tendría yo que le comentó a la matrona que me veía muy mal y a mí
si tenía ganas de empujar. Yo no estaba segura. Esta chica era otro
absoluto encanto, muy cariñosa. La matrona se dispuso a explorarme,
supongo que no lo hizo cuando llegué, porque hacía nada que lo
había hecho el doctor en la habitación. De pronto la matrona
exclamo: “¡¡pero si estás ya de diez!!, ya no te merece la pena
ponerte la epidural”. Llamó al doctor, la otra enfermera se
dispuso a prepararlo todo y a mí me colocaron en posición de parir.
Por cierto, tumbada un tanto incómoda, debe ser mucho mejor hacerlo
en una silla. Mi dolor seguía siendo el mismo, intenso a más no
poder, pero mis ánimos eran otros, ¡¡¡ya iba a nacer Lucía!!! El
dolor ya tenía sus días contados y nosotros íbamos a ser padres
después de un rato. Antonio me sonreía, “¡¡ya queda poco!!”.
Llegó el doctor, sorprendido de que estuviera tan rápido dilatada y
se dispuso a explicarme lo que tenía que hacer. Mientras no tuviera
dolor, debía respirar profundamente y cuando llegara la contracción
empujar un par de veces, ayudada por la respiración, aguantando la
respiracíón. En la natación yo me había entrenado un poco para
ello. Son unas sensaciones que no se pueden explicar. Duele, pero yo
no recuerdo que doliera, sólo que era algo muy fuerte. Antonio
permanecía a mi lado, pero no se asomó a mirar. Hubo un momento en
que se pondría un poco blanco, porque la enfermera le preguntó si
se encontraba bien. Ya ves tú, él que cierra los ojos cuando hay
una escena de una operación en “Anatomía de Grey”, jeje. No
tardó mucho en aparecer Lucía. El médico dijo “ya ha coronado”
y yo le preguntaba sollozando, “¿ya la ves?”. Él me contesto
que claro que sí, que me tocaba empujar una vez más y ya está. Y
tras el último empujón, salió Lucía, ¡¡qué sensación de
alivio, de alegría, de mil cosas a la vez!! El doctor me felicitó:
“lo has hecho muy bien y además no has insultado a nadie”. A la
pequeña, a la que ya no podíamos dejar de mirar, la empezó a
examinar el pediatra que nos dijo que pesaba tres kilos y cuarenta
gramos y que estaba perfectamente. La chica cariñosa se la pasó al
papá, ¡¡qué pequeñita!! y después me la pusieron a mí junto a
mi cuerpo. Ese es el gran momento de mi vida, la pequeña Lucía,
guapísima, con los ojos muy abiertos, piel con piel conmigo. Estaba
calentita y no paraba de mover la manita, y, como ya he dicho, con
los ojos sorprendentemente abiertos y preciosos. Antonio y yo nos
miramos orgullosos, enamorados de nuestra niña. Creo que no
lloramos, pero estábamos emocionados como nunca. Yo le pedía perdón
a Lucía, porque había pensado que era fea por culpa de la ecografía
tres D. Mientras, el doctor seguía haciendo de las suyas: me había
desgarrado un poco, así que me tuvo que poner puntos y tenía que
expulsar la placenta, por lo que seguía con el goteo de oxitocina.
Pero, aunque lo de los puntos, o lo de la sonda que me pusieron
luego, duele, ya nada importaba, sólo podía mirar a la niña y
compartir cosas con Antonio. Le pedí que llamara a mi padre, ¡¡madre
mía, no se lo iban a creer, si acababa de bajar!! Y Antonio por su
cuenta llamó a su madre, a la que no había llamado antes, qué
tranquilón. Pasamos un buen rato, casi tres horas en la
recuperación, también debido a la saturación que tenían. La
matrona y el médico estaban practicando la cesárea a una mujer. Lo
más importante de este rato es que la matrona me puso por primera
vez a Lucía en el pecho. Eso también es muy fuerte. Tan pequeñita,
acabada de nacer, y ya chupando, muy despacito, del pezón. La puse
un poco en el pecho derecho, que luego sería su preferido y el que
me ha dado menos problemas (aunque ha tenido su grieta y su mastitis
correspondiente). De hecho, luego en la habitación nos dimos cuenta
de que no quería el izquierdo (pero en pocos días ya lo aceptó).
Mis padres se impacientaban y llamaron varias veces. Mi padre intentó
colarse, pero lo detuvieron, jeje. Mi madre me explicó que ellos y
mis hermanos me esperarían junto al ascensor, porque había mucha
gente en la habitación y ellos querían vernos más tranquilamente y
ser los primeros. ¡¡¡Que si había gente!!! Mi familia había
inundado literalmente la clínica. Faltaba la fogata y el bailoteo y
éramos un clan gitano. El mismo celador fue el encargado de subirme,
yo ya lo miraba con otros ojos, era muy salao. Lucía iba
lloriqueando un poco, así que antes de que se abriera el ascensor,
escuché a mi hermano Paco decir, “esta es, aquí vienen”. Se
abrió la puerta y mis padres, mis hermanos y Leila me besaron y
conocieron a Lucía, otra más para la familia. Mi madre me dijo:
“Chiqui, increible”. Y luego, el celador fliparía, tooooda mi
familia me esperaba, yo no sabía para donde mirar, ¡¡¡estaban
todos!!! Recuerdo también a Yoli emocionada y a Esther y Pedro.
Todos mis primillos, mis tíos y mi abuela Juana que esperaba en la
habitación y que comentaba lo preciosa que era la niña. Lucía,
anunciando que sería comilona, iba chupándome la manita, como
todavía hace cuando tiene hambre. Mi tío Antonio, tal y como había
prometido, descorchó una botella de champán y lo repartió entre
todos. Antonio hizo el brindis, dio las gracias a todos por
acompañarnos y brindo por mí, dijo que era una gran madre, snif
snif, ahí sí lloré un poquillo. La verdad es que me sentía
orgullosa de mí misma y todas las mujeres de mi familia me
felicitaban, me decían que había sido una campeona. Y mi tía
Manme, por supuesto, me recordó que había salido a ella para parir,
ajajajaja.
Así
comenzó la vida de Lucía, a la que se llevaron una hora para
examinarla con más cautela y lavarla. Mi tía Vivi llegó cuando se
la habían llevado y lloró al no verla. La pudo ver después. De esa
noche recuerdo como por arte de magia sabía cambiar los pañales a
Lucía y vestirla (no hay más narices, jeje). Y recuerdo el meconio,
¡¡madre mía!! Del cuerpo de mi chiquitina salía una sustancia
parecida al petróleo y en cantidades desproporcionadas, jajajaja. Y
del día siguiente recuerdo las visitas, ya de mis amigas también y
que Lucía parecía drogada, ¡¡cómo dormía!!
En
fin, quería escribir mi vivencia, por mi afán de recordarlo todo,
aunque esto es inolvidable. Seguro que algún día a Lucía le
gustara leerlo.