jueves, 10 de julio de 2014

Una noche de San Juan

Esta noche de San Juan no iba a mojarme los pies en la playa al dar las doce, ni iba a acercarme a una hoguera con un papel lleno de lo que quisiera desterrar de mi vida para quemarlo, ni iba a contemplar fuegos artificiales. 


Hubo un tiempo lejano (ya voy tirando a viejuna) en el que el motivo de quedarme en casa en esa noche no eran las obligaciones familiares, sino los exámenes finales durante la carrera, o las oposiciones. Esta pasada noche de San Juan me visitó el recuerdo de una de esas noches encerrada en casa, en la casa de mis padres. Un poco antes de las doce, mi Yeya me acompañó a la terraza, para ver de lejos los fuegos artificiales. De pronto, se inventó un rito para las dos y, con todas las luces apagadas, encendimos unas velas que apoyamos en la balaustrada de la terraza. Va a ser que esa noche es de verdad mágica, porque si cierro los ojos, puedo notar el aire fresco y la felicidad que sentía, aunque no estaba de fiesta y tenía un examen al día siguiente.

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